Conducimos en la avenida.
Somos dos jóvenes tirados a la noche.
En el radio suena Radiohead a alto volumen.
Entre las piernas traemos cerveza.
Nadie vive, malsana Luna.
Jazmín que espera en
la casa vacía.
Giramos a la izquierda, giramos a la derecha.
Le damos un sorbo grande a nuestras cervezas.
Mientras hablamos de muerte, religión y mujeres.
Las calaveras nos cobijan en su regazo y nos ponen alas
donde
Antes teníamos hombros.
Después Salvador maneja sin destino alguno como si no
existiera la vida.
Entre más avanzamos, mas dejamos nuestros pecados en el
monte.
E inhalamos el suave humo del cigarrillo.
Suaves destellos de tranquilidad en el tráfico y nadie consume el cuerpo de una libélula
en semáforos rojos.
Olvido quien soy por los siguientes instantes.
Energía que emana de la glándula interna.
Mientras la bañamos con alcohol.
Mis musarañas me susurran en los rincones de mi cerebro.
Y la música alta.
La belleza de la luz verde del semáforo.
La Inmortalidad radica en el crucero bajo las manos de un
vago.
Y busco mi alma en la noche.
Como un niño, que busca el recreo.
Hacemos alma,
Alma no me habla por teléfono.
La puerta se desprendió del coche.
Y espero a un lado del caudal Santa Lucia.
Así mismo camino con la cabeza abajo.
El destino me proclama a la llegada de un extraño.
A la llegada del amanecer que pega en nuestros rostros.
Como luz de triunfo.
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